22 de junio de 2012

De dientes y torturas chinas

La madre naturaleza es perfecta. La evolución nos ha beneficiado con la ventaja de poder adaptarnos gradualmente a nuestros hábitos habidos y por haber, últimamente me ha venido a la mente la idea de que pronto tendremos dedos pulgares nuevos y adaptados a nuestra inagotable nueva necesidad de estar texteando y haciendo zoom en nuestro nuevos aparatos móviles, pronto tendremos dedos pulgares mas articulados y flexibles que harán de todos nosotros futuros reconocidos ginecólogos y pianistas.

Pero de todo nuestro cuerpo la pieza más fuerte, es el esmalte que se encuentra en nuestros dientes. A cada momento arqueólogos desentierran sacerdotes y brujos de hace 50,000 anos que han sido quemados, molidos, y quemados de nuevo, y siempre los identifican por sus placas dentales, no se como, pero siempre es lo único que queda.

 Según nuestra querida madre, y seguro las esposas de nuestro tiempo, requieren como mínimo dos visitas al dentista al ano. Yo, como aun soy master y commander de mi mandíbula, visito al tenebroso consultorio cuando me duele un diente. Y vaya que la última visita fue colorida.

Teniendo la costumbre de tomar café, comer mango, manzana de oro, limoncillos, y todo alimento que tenga la capacidad de dejar su huella por más de un día, me dije a mi mismo “es hora de darle mantenimiento a la caja dental”. Pues una vez subyugado por la doctora, me veo ahí viendo solo un set de luces que me hacen pensar que estoy siendo victima de un encuentro cercano con el tercer tipo, solo me dejo llevar y trato de viajar en mi mente a un sitio donde el ruido infernal del taladro no llegue.

Mientras la doctora se encuentra con el sinnúmero de recuerdos gastronómicos en mi dentadura, su asistente me recorre con un succionador que fue diseñado por los chinos cuando desarrollaron el arte de la tortura. De repente la joven deposita el mencionado aparato con cierta violencia casi hasta mi garganta y lo deja ahí para irse a buscar algo que la dentista le pidió, yo estoy con unos sujetadores en mi boca que no me la dejan cerrar, mas un babero y una buena cantidad de vaselina y esponjas en la boca para que no se me siguieran partiendo los labios, a lo que la doctora al ritmo de música de película épica sigue batallando las placas cual Juana de Arco en las cruzadas francesas, su asistente se desploma sobre ella, y en efecto, sobre mi.

Ahí estoy yo, acostado, viendo las luces espaciales, con una mujer desmayada siendo equilibrada por su jefa mientras estoy pensando “esto me esta pasando de verdad?” . He pasado de ser el paciente a ser el rescate de esas pobres damas. Pues como héroe al fin, procedo a pararme de mi mesa de tortura a socorrer a la damisela cargándola en mis brazos hasta el vehículo de la doctora donde al fin partimos a la clínica más cercana. Una vez allí saco a la joven y abriendo la puerta con una patada y con tono mas grave de lo normal emito un “donde la pongo!!?!? Se ha desmayado!” . Procedo a depositarla en una camilla donde pronto fue atendida y la doctora me agradece con un tono de vergüenza y humildad yo inconsciente de que tengo todos los aditamentos aun puestos, esponjas, baberos y demás piezas eran parte de mi traje de superhéroe.

 Esta experiencia creo un efecto de ‘’bonding’’ entre la doctora y yo, adonde la cual, quizá cuando me toque volver en 50,000 anos mas, volveré y jocosamente recordare esta historia con ella…

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